viernes, 12 de abril de 2013

Siete Pecados Capitales


El primero es fácil, y no necesito tenerte para sentirlo.
Sólo con cerrar los ojos me basta para notar ese cosquilleo por toda mi espalda, y esa media sonrisa que tanto te gusta tuerce mi boca asimétricamente como si un lado oscuro se estuviera apoderando de mi cuerpo.
Si te tengo es peor porque actúo, y sí,  ese lado oscuro me posee y se obsesiona con poseerte a ti también.
(Lujuria)

El siguiente aparece por lógica y como consecuencia del primero, no me canso pese a saciarme, no dejo de tener sed y hambre de tí, y no es por necesidad, ya que estoy satisfecho, pero no puedo parar y no me detienes tampoco. Y arranco lo que me estorba y aparto lo que me separa, y seguiría hasta el final de los tiempos.
(Gula)

Ni hablar, y van tres, te quiero entero, sin compartir, te guardo, te atesoro, no duermo pensando en que alguien puede arrebatarte de mi, y estás y quiero más y miro con odio a quien te mira. Te acumulo, te amontono y te rodeo con un muro.
(Avaricia)

Llega ese momento, y tengo que actuar, respirar, moverme, alimentarme por mí mismo, atender al mundo que me agobía, que me requiere, que me llama y atosiga, que incordia, y siento que mi sangre se vuelve plomo, o mejor, hierro, porque tu eres un imán y tengo que hacer fuerza para separarme y no quiero, no me apetece y aquí estamos tumbados los dos contemplándonos, dejando que el mundo se autodestruya y esperando a que el techo se derrumbe sobre nosotros.
(Pereza)

El mundo, ese maldito mundo al final lo consigue y nos separa, y el estómago se comprime en puro odio, odio al espacio que se crea entre nosotros, odio a lo que tira de tí y odio a lo que tira de mí, que nos distancia, que nos absorbe. Y las venas de mis sienes se hinchan, palpitan y aprieto los puños y golpeo paredes, grito, maldigo. Y caigo rendido impotente, me tiemblan las piernas y las lágrimas luchan por salir, pero las retengo, sí, las retengo porque mi odio tiene sed de ellas.
(Ira)

Y por fin te tienen, te hablan, te entretienen, te alimentan, te distraen y no les soporto. Ni a ellos ni al aire que respiras, ni los kilómetros que nos separan, ni el sol que te hace cerrar los ojos, ni las nubes, ni la lluvia que se atreve a tocarte. De tu ropa, de tus zapatos, de tu coche... qué son ellos que te tienen y retienen.
(Envidia)

Pero vuelves, ah, vuelves, y entonces a tu lado presumo de lo mejor, y nadie me tose, y me sonríen interrogantes y sonrío de vuelta orgulloso de lo que tengo, si tú supieras... dicen mis ojos, y crezco y mis pulmones se hinchan, mi corazón late a martillazos y levanto mi canosa barbilla, y me río por dentro, me río de la lástima que me dan.
(Soberbia)

Siete mentiras, multiplicadas por siete, multiplicadas por siete otra vez.
Peco y lo sé.


martes, 2 de abril de 2013

La pinza



Se resbaló de mi mano derecha, mientras con la izquierda sujetaba el fajo con 350€ que salieron del Pato Donald. Me golpeó el pie izquierdo y desapareció, se fue.

A lo largo de la vida le damos importancia a objetos, algunos sencillos, otros más complejos, que en algunos casos transformamos en amuletos, talismanes.

Recuerdo piedrecitas encontradas en los montes de León, o aquí en la playa, colgantes comprados en mercadillos, regalos absurdos de amigas o amigos.... ahora mismo delante de mi tengo un Piolín que parece haberse electrocutado en un cable de alta tensión.
Una gruesa cadena de plata, que ya no llevo, ese pendiente crucifijo que perdí en una peculiar oscuridad.
Algunos llegaron a ser los típicos “amuletos de la suerte”, de esos, recuerdo un colgante de un árbol tallado en madera, una piedra rosa que era fluorescente en la oscuridad, más reciente un cuarzo, rosa también, tallado en forma de corazón, el anillo armadura, el anillo con la G laberíntica, monedas dobladas o de otros países.
Si funcionan o no, no lo sé, o al menos no he llegado a saberlo. Algunos de esos “talismanes” se perdieron, otros reposan en el fondo de algún cajón dentro de alguna cajita envueltos en una pequeña bolsa de tela...
Quizá necesitamos esos talismanes para focalizar nuestra desengañada fe, pero realmente nunca le he dado mayor importancia. No es el caso con las cartas o los números que se topan conmigo... pero eso es otra historia.

Actualmente en mi cartera llevo una moneda británica de 1949 de dos chelines y otra conmemorando 19 años de algo que a nadie le importa, las llevo porque sí, y porque además algo en mi subconsciente dice que me dan suerte...

Pero toda esta paranoia viene a cuento de que hoy se fue.
Es una pinza de esas para los billetes, que nadie usa, la llevo en la cartera y siempre da un toque de elegancia el lucirla al pagar aunque solo lleves doblados dos billetes de 5 euros. Llevó con ella en la cartera varios años pero hoy se resbaló de mi mano derecha, mientras con la izquierda sujetaba el fajo con 350€ que salieron del Pato Donald. Me golpeó el pie izquierdo y desapareció, se fue.
La busqué en el metro cuadrado que cayó, porque no es más, con linterna, de rodillas, mirando debajo de cada mueble, en cada rincón... pero se fue.

Si amigos y amigas, hoy día 5 de Octubre de 2011 definitivamente “se me fue la pinza”, ya es oficial.