PASADO
Ocho de la tarde, hora de sacar a
Billie. Hago el autochequeo habitual, móvil, llaves. Correcto. Le
pongo la correa y salimos al pasillo.
Nunca me gusta forzarlas, lo sabéis,
siempre dejo que el azar haga su trabajo. Pero harto de esta
inactividad, de esta parálisis, de esta burbuja que me aísla y
embota mis sentidos, lo hice.
Apreté el botón de llamada del
ascensor y comenzó a subir.
Presioné con mis dedos pulgar e índice
la parte superior de mi nariz y cerré lo ojos, incliné mi cabeza y
concentré todos mis pensamientos en una sola idea: Mostradme hoy lo
que va a ser de mí, estoy cansado de ésto, necesito saber, sea
bueno o malo, qué me depara el futuro, qué va a ser de mí.
PRESENTE
El ascensor pasa ante mi pero no se
detiene, sube un par de pisos más y oigo como alguien baja. Escucho
cerrarse la puerta y el sonido del ascensor que vuelve a por mí.
En esos pocos segundos me doy cuenta de
mi absurda petición, seguramente encontraré la dichosa carta, la
que más me aterra. No debería haberlo hecho.
El ascensor se detiene, abro la puerta
y entramos Billie y yo. Me encuentro conmigo mismo de frente. Miro mi
reflejo y al instante siento terror.
El ascensor de mi comunidad se reformó
hace pocos años, es muy pequeño y estaba muy antiguo además de
técnicamente obsoleto. Se cambiaron las puertas, se puso un espejo
de medio cuerpo y los laterales se cubrieron con paneles, tres a cada
lado, sujetos por dos largos listones de metal brillante que van de
arriba a abajo.
FUTURO
En el espejo cada pareja de listones se
duplica.
El yo que aún no es aparece dentro del
espejo rodeado de ocho largos listones de metal brillante.
Seguí con el paseo. Receptivo. Pero
no, no encontré ninguna carta, pero eso ya lo sabía.