viernes, 25 de octubre de 2013

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PASADO

Ocho de la tarde, hora de sacar a Billie. Hago el autochequeo habitual, móvil, llaves. Correcto. Le pongo la correa y salimos al pasillo.

Nunca me gusta forzarlas, lo sabéis, siempre dejo que el azar haga su trabajo. Pero harto de esta inactividad, de esta parálisis, de esta burbuja que me aísla y embota mis sentidos, lo hice.

Apreté el botón de llamada del ascensor y comenzó a subir.

Presioné con mis dedos pulgar e índice la parte superior de mi nariz y cerré lo ojos, incliné mi cabeza y concentré todos mis pensamientos en una sola idea: Mostradme hoy lo que va a ser de mí, estoy cansado de ésto, necesito saber, sea bueno o malo, qué me depara el futuro, qué va a ser de mí.

PRESENTE

El ascensor pasa ante mi pero no se detiene, sube un par de pisos más y oigo como alguien baja. Escucho cerrarse la puerta y el sonido del ascensor que vuelve a por mí.

En esos pocos segundos me doy cuenta de mi absurda petición, seguramente encontraré la dichosa carta, la que más me aterra. No debería haberlo hecho.

El ascensor se detiene, abro la puerta y entramos Billie y yo. Me encuentro conmigo mismo de frente. Miro mi reflejo y al instante siento terror.

El ascensor de mi comunidad se reformó hace pocos años, es muy pequeño y estaba muy antiguo además de técnicamente obsoleto. Se cambiaron las puertas, se puso un espejo de medio cuerpo y los laterales se cubrieron con paneles, tres a cada lado, sujetos por dos largos listones de metal brillante que van de arriba a abajo.

FUTURO

En el espejo cada pareja de listones se duplica.
El yo que aún no es aparece dentro del espejo rodeado de ocho largos listones de metal brillante.
Me repetí de nuevo que no debería haberlo hecho.
AHORA


Seguí con el paseo. Receptivo. Pero no, no encontré ninguna carta, pero eso ya lo sabía.